martes, 27 de marzo de 2018

XXXVIII ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO Y EN EL MARCO DE SU CANONIZACIÓN



Por: Juan Vicente Chopin

Sábado, 24 de marzo de 2018


Introducción

«AHORA NO ES MONSEÑOR, HOY ES EL SANTO ROMERO»

No es fácil hacerse idea de qué cosa signifique la canonización de un salvadoreño, tratándose de la primera vez que algo así sucede en nuestro país. Ahora bien, es una realidad, Monseñor Romero pronto será canonizado. Sin embargo, su canonización no se puede separar de su martirio, y su martirio no se puede separar del modo cómo vivió los principios constitutivos del Evangelio.

En la praxis del Derecho Canónico de la Iglesia Católica, canonizar a alguien significa incorporarlo en un canon o lista de personas que son propuestas como modelos para toda la feligresía católica. De tal manera que la Iglesia con la canonización no hace santa a la persona, sino que con un acto público y después de un proceso de investigación, hace oficial el respeto y la devoción que muchas personas de la comunidad le tributan al que va a ser canonizado.

A nosotros corresponde interpretar, a la luz del Evangelio, el sentido teológico de este signo de los tiempos y dilucidar las implicaciones socio-eclesiales que de ello se desprenden. Para lo cual me detengo en tres puntos: 1. Sinfonía del martirio en El Salvador; 2. Actualización del «kerygma» apostólico en la realidad salvadoreña; 3. Implicaciones socio-eclesiales del martirio y la consiguiente santidad de Monseñor Romero.

1.      Sinfonía del martirio en El Salvador

Los mártires son, como dice el libro del Apocalipsis, «los que vienen de la gran tribulación; [los que] han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero» (Ap 7,14).

Pero un santo-mártir al estilo de Monseñor Romero no es un superhéroe como los que vemos en la televisión y el cine: solitario, con súper poderes e invencible. La santidad es la humanidad imbuida por la fuerza del Espíritu Santo. Es una sinfonía en la que confluyen distintas voces e instrumentos.

Por ello, en este 38 aniversario de su martirio y en el marco de su canonización, traemos a la memoria algunas de las personas que han participado para hacer posible que nosotros podamos acceder en nuestros días a la nota mayor de la Santidad de Monseñor Romero.

En primer lugar, entre los sacerdotes, recordamos a Mons. Luis Chávez y González (1901-1987), el arzobispo predecesor de Mons. Romero y que sin lugar a dudas es el que, de los arzobispos, mejor ha sistematizado y aplicado la Doctrina Social de la Iglesia en El Salvador. Sin el aporte pastoral y social de Mons. Luis Chávez y González, exceptuado el martirio, Mons. Romero no tendría el esplendor que ahora tiene. Mons. Luis Chávez y González no sólo fue miembro de la comisión preparatoria del Concilio, sino que introdujo a Mons. Romero en la recepción del mismo en la realidad salvadoreña.

Muy importante también ha sido el aporte de Mons. Rivera Damas, digno sucesor de Mons. Romero en la sede arzobispal, amigo incondicional y compañero de trabajo de San Romero.

Una mención especial merece Mons. Ricardo Urioste, que con su testimonio y la Fundación Romero, mantuvo viva la memoria del Santo, aun en tiempos en que era subversivo hablar de él. Mons. Urioste es una especie de Simón Cirineo, con la diferencia que el Cirineo de los Evangelios fue obligado a ayudar a Jesús, en cambio Urioste ayudó y promovió con plena libertad a Mons. Romero.

En esta hermosa sinfonía también encontramos al padre Pedro Declercq, a Miguel Cavada, a Ignacio Ellacuría y compañeros mártires de la UCA.

En segundo lugar, entre los laicos, traemos a la memoria a María Julio Hernández, mujer que, entre otros, tiene el mérito de haber transcrito las homilías de Mons. Romero y haber dirigido la Tutela Legal del Arzobispado.

Muy importante también el aporte de Edín Martínez al lado de Mons. Urioste al frente de la Fundación Mons. Romero.

A todos ellos nuestro sentido agradecimiento. No dudamos que están en cielo, sentados a la mesa del Cordero al lado de Mons. Romero.

Finalmente, en esta sinfonía siguen participando y manteniendo viva la memoria de los mártires otras personas, como las Hermanas Misioneras de Santa Teresa, que administran el hospital La Divina Providencia, donde fue martirizado Mons. Romero. Hago especial mención de la madre Luz Isabel Cueva, mejor conocida como madre “Lucita”.

También un sentido agradecimiento a las mujeres que conforman la Comunidad de la Cripta de Catedral, que como las mujeres que acompañaron a Jesús, de Galilea a Jerusalén, se mantiene incólumes en su custodia de la tumba que contiene el sagrado cuerpo del Santo.

Como católicos también reconocemos el apoyo al sostenimiento de la memoria de Monseñor Romero que hemos recibido de las iglesias evangélicas y que permanentemente están poniendo en alto el legado de nuestro mártir. Un auténtico signo de los tiempos.


2. Actualización del kerygma apostólico en la realidad salvadoreña

Los apóstoles de Jesús, a pocos días de su muerte, solían predicar a los judíos estructurando su discurso en tres partes:

A.    Identificación de los asesinos de Jesús: Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidieron el indulto de un asesino (Hch 3,14). Cuando dice “ustedes”, en ese contexto se refiere a los jefes de los judíos y los jefes de la autoridad romana.

B.     Reivindicación de la víctima: Pero Dios le resucitó de entre los muertos (Hch 3,15).

C.     El asumirse históricamente como discípulos de Jesús y aceptar las consecuencias: …y nosotros somos testigos de ello (Hch 3,15).


Por haber procedido de este modo en su predicación, es decir, señalando a los responsables del asesinato de Jesús, diciendo que había resucitado y declarando públicamente que eran sus discípulos, fue que también la mayor parte de ellos fueron asesinados.

Ahora bien, si nosotros actualizamos ese núcleo originario de predicación y lo aplicamos a Mons. Romero también podemos decir:

A.    Ustedes asesinaron al Justo. Es decir, a Monseñor Romero. La palabra “ustedes” se refiere, para nuestro caso y según el expediente vaticano de su beatificación, a los miembros más radicales y virulentos de la oligarquía salvadoreña que ingeniaron y financiaron su asesinato. Al escuadrón de la muerte, liderado por Roberto D’Aubuisson, que según la Comisión de la Verdad, tuvo a su cargo la logística y ejecución del asesinato de Mons. Romero, utilizando un franco tirador. Hasta la fecha, la dirigencia del partido ARENA nunca ha presentado disculpas públicas a la Iglesia Católica y a la sociedad salvadoreña por el asesinato de Mons. Romero.    

B.     Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Ciertamente, ha resucitado primero en el pueblo, pero dentro de poco también la Iglesia lo reivindicará en modo oficial, según el procedimiento canónico, por medio de la canonización. Está claro que la resurrección de Jesús es única e irrepetible. En el caso de Mons. Romero se trata de restituir dignidad a la víctima.

C.     …y nosotros somos testigos de ello. Se trata de la parte más difícil, porque supone una identificación radical con el mártir. Algunos, políticos y eclesiásticos, han intentado presentarlo públicamente como modelo de sus vidas, pero han sido puestos en evidencia al no estar a la altura de las exigencias del modelo. No se trata de manipular el legado y la persona de Mons. Romero, sino de promoverlo honestamente.

3.      Implicaciones socio-eclesiales del martirio y la santidad de Monseñor Romero

En la línea de declararnos admiradores y, en el caso más excelso, discípulos de Mons. Romero, estamos llamados a recoger las implicaciones de la santidad de Monseñor Romero.

Actualmente, Mons. Romero se constituye en un faro de luz para los salvadoreños. Su ejemplo puede iluminar la opacidad de las situaciones corruptas que esperan redención.


En el plano socio-político

Así, la santidad de Mons. Romero, fruto de su ética de la responsabilidad, contrasta con los intereses mezquinos de los grupos hegemónicos y con las cúpulas de los partidos políticos salvadoreños, dispuestos siempre a sacrificar las esperanzas y el futuro de todo un pueblo, con tal de mantener a salvo sus intereses. Cuando la población manifiesta un rechazo rotundo a la dirigencia de un partido político, bien harían sus miembros, por honestidad, en deponer sus cargos y ponerlos a la disposición de personas más capaces y mejor dispuestas al debate, al diálogo y a la crítica.

Jesús fue víctima de un proceso jurídico injusto. Por ello, sus santidad también contrasta con un sistema judicial, cuyos jueces, magistrados y fiscales, tienden a favoreces intereses económicos y políticos específicos, en detrimento del bien común. Prueba de ello son la celeridad de las sentencias cuando se trata de favoreces a intereses políticos y la parsimonia con que se actúa en otros casos cuando no conviene a los propios intereses. Un ejemplo de ello lo tenemos en la jueza suplente del Juzgado Tercero de Paz de San Salvador, quien rechazó resolver la petición de reabrir el caso contra del expresidente de la república Alfredo Cristiani por el asesinato de seis sacerdotes jesuitas y sus dos colaboradoras, a manos del ejército en noviembre de 1989. O el caso de Mons. Romero, que no obstante, las denuncias, sigue engavetado.

Mons. Romero es considerado como “evangelizador y padre de los pobres”. En ese sentido, vemos con preocupación que la nueva correlación en la asamblea legislativa pueda poner en peligro el derecho humano al agua en nuestro país. Los grupos empresariales nunca han renunciado a comercializar el agua, pero como cristianos debemos anteponer el bien común a los intereses mercantilistas. El agua no debe ser reducida a mercancía.


En el plano eclesial

Mons. Romero es considerado también como “pastor según el corazón de Cristo”. De modo que para la Iglesia, y en concreto para los pastores, él se constituye en una interpelación constante al modo como vivimos nuestro ministerio sacerdotal. Para los sacerdotes, obispos y cardenales que un día se opusieron a su canonización, que lo llamaron “comunista”, “guerrillero”, “marxista”, etc., este es un buen momento para convertirse y pedirle perdón a Mons. Romero por tanta calumnia dicha en su contra.

La santidad de Mons. Romero es ecuménica, en cuanto es respetada también por hermanos de comunidades cristianas evangélicas. De modo que este es el momento para unirnos en un frente social amplio, donde los pobres se interesen por los pobres y unidos eviten el ser depredados, o como dice el Papa Francisco, fagocitados, por la lógica del mercado y el capitalismo salvaje.

Finalmente, cuanto nos gustaría y sería lo más correcto, que los que estén en primera fila el día de la canonización de Mons. Romero, no sean los corruptos de turno, sino los pobres, los marginados, los luchadores sociales, por quienes dio la vida San Romero.

Agradecemos a cada uno de ustedes por mantener viva, con su presencia, la memoria de los mártires, en concreto la de Mons. Romero. Al mismo tiempo les exhortamos a no permitir que se haga de Mons. Romero un santo de camarín, que no es molesto a nadie y que se domestica con velas y limosnas.

Ahora inicia una nueva etapa. La Iglesia de los mártires se abre paso.

! Viva Mons. Romero !

jueves, 8 de marzo de 2018

LA CANONIZACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO: PROCESO CANÓNICO E IMPLICACIONES SOCIO-ECLESIALES (Primera entrega)



Por: Juan Vicente Chopin

I. EL PROCESO CANÓNICO

Según la Iglesia Católica, la canonización es el acto solemne con el cual el Sumo Pontífice declara en forma definitiva y solemne que un fiel católico está actualmente en la gloria eterna, intercede por nosotros ante Dios y que puede ser venerado públicamente por toda la Iglesia. El sujeto de la declaración solemne es únicamente un fiel católico que haya sido objeto de una investigación canónica, realizada de conformidad a la ley peculiar establecida por el Sumo Legislador de la causa de los santos. Desde el punto de vista canónico, con el acto de la canonización el Sumo Pontífice ordena que al Beato se le conceda el título de Santo, y que sea honrado con un culto público eclesiástico en toda la Iglesia.

Para declarar santo a alguien se requiere necesariamente la comprobación canónica de un milagro, atribuido a la intercesión del Beato y que se haya verificado después de la fecha de la beatificación. El proceso canónico para la verificación canónica del milagro sigue las siguientes etapas:

1. Investigación diocesana acerca del milagro (en el propio país). Supone el juicio especializado de un cuerpo médico. Se envía el expediente completo al respectivo Dicasterio romano, con la debida aprobación del obispo del lugar.

2. En la fase romana, el presunto milagro es estudiado por una comisión compuesta por siete peritos médicos. Para que la supuesta sanación milagrosa pueda ser sometida al examen de los teólogos es necesario que al menos cinco de los siete peritos hayan dado un parecer favorable. Si el voto es negativo, los postuladores de la causa pueden pedir un nuevo examen. También en esta fase se consultan a algunos testigos confiables acerca de la supuesta sanación milagrosa. Algo muy importante es que a los peritos médicos no se les pide que den un juicio acerca de un posible milagro, o que expliquen qué es un milagro, sino que digan si se trata de un evento, perceptible a los sentidos y que va más allá del orden de las causas naturales conocidas, al menos según los avances médicos actuales.

3. Preparación de la Positio. Se trata de un documento que contiene: a) Perfil biográfico del Beato; b) Pruebas documentales, testimonios y los elementos formales para emitir un juicio teológico; c) Cronología de la causa; d) Sumario de las pruebas documentales con referencia a los testigos; e) El peritaje médico; f) Reporte de otras consultas médicas realizadas; g) El reporte de la consulta médica.

4. Congreso peculiar de los consultores teólogos. La finalidad primordial de una causa de canonización es alcanzar la verdad acerca de las virtudes heroicas, sobre el martirio o sobre el milagro de un Siervo de Dios. En mérito a ello se pronuncian el Promotor de la Fe o Prelado Teólogo de la Congregación y ocho teólogos consultores, reunidos todos en un Congreso Particular o Peculiar. En el caso de Monseñor Romero se juzga acerca del milagro. Leída y estudiado la Positio, los ocho teólogos consultados deben mandar por escrito su voto al Promotor de la Fe, el cual los estudiará para ver si hay puntos controversiales, que necesiten una ulterior profundización. El promotor envía copia de los votos a cada uno de los consultores, para realizar una discusión colegiada y comunica la fecha y hora del Congreso. En el Congreso los consultores precisan sus posiciones definitivas sobre el caso. Los consultores en Congreso juzgan acerca de la certeza moral del milagro. El voto de los consultores puede ser affirmative, negative o suspensive. En el primer caso el proceso sigue, en el segundo se detiene y en el tercero, en caso de dudas, se vuelve a estudiar. Se emite el Reporte final y los votos. La causa puede continuar su proceso, siempre y cuando al menos dos tercios de los Consultores hayan dado un voto favorable.

5. Sesión ordinaria de los Cardenales y los obispos miembros. Si el parecer del Congreso Peculiar de los Consultores teólogos es afirmativo, la Positio acerca del milagro, junto con el Reporte final y los votos del Congreso Peculiar de teólogos, es sometida al examen de los Cardenales y Obispos Miembros de la Congregación reunidos en Sesión Ordinaria. La preside el Prefecto del Dicasterio y participan el Secretario con derecho a voto; el Sub-Secretario, que hace de Notario y el Promotor de la Fe, en calidad de experto, ambos sin derecho a voto. Esta comisión no solo analiza el juicio de los expertos teólogos, sino que evalúa, en calidad de Consejeros del Papa, todo el proceso de la causa. También valoran la importancia eclesial de la causa. Si el parecer de los Cardenales y Obispos es afirmativo, la causa es referida al Santo Padre para el juicio definitivo.

6. Juicio Definitivo. El Sumo Pontífice es el único Juez en las causas de los Santos, a quien corresponde emitir la sentencia definitiva. Es tarea del Prefecto de la Congregación someter a la aprobación del Papa las conclusiones de la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos. Al Sumo Pontífice se le presenta el Folio de Audiencia, el cual contiene: a) Resumen de la vida y martirio del Beato; b) Resumen de las etapas de la causa; c) La solicitud al Sumo Pontífice de confirmar el parecer de la Sesión Ordinaria de los Cardenales y Obispos Miembros de la Congregación y de ordenar a la Congregación para la Causa de los Santos que promulgue el respectivo Decreto acerca de las virtudes heroicas, el martirio o sobre el milagro de la persona en cuestión. Finalmente, obtenida la aprobación de parte del Santo Padre, un Oficial de la Congregación, junto al Postulador de la causa, preparan el Decreto acerca de las virtudes, el martirio o el milagro del Beato.

7. Conclusión de la Causa. 7.1. Consistorio. Después de la promulgación del Decreto acerca del milagro requerido para la canonización, el Postulador prepara, bajo la guía del Oficial encargado del Dicasterio, el Compendium acerca del Beato. Se trata de un breve resumen de la vida, actividad o martirio, de los milagros del Beato y del proceso canónico de la causa. El Compendio es enviado a los Cardenales y Obispos que viven en Roma y en sus alrededores, para que cada uno exprese su voto o parecer acerca del mérito  de la Causa y sobre la eventual canonización por parte del Sumo Pontífice. En una fecha previamente establecida, el Sumo Pontífice convoca un Consistorio Ordinario, durante el cual confirma el parecer de los Cardenales y Obispos y anuncia la fecha de la futura canonización del Beato. 7.2. Ceremonia de Canonización. La canonización, que atribuye al Beato el culto para toda la Iglesia, es presidida únicamente por el Sumo Pontífice. Con el acto de canonización, el Papa emite la sentencia definitiva acerca de la santidad del Siervo de  Dios y ordena que el Santo sea honrado en la Iglesia universal con culto público eclesiástico. Para dar a la canonización el carácter de universalidad, la ceremonia normalmente se realiza en Roma. 7.3. Finalmente se redacta la Bula de Canonización, que debe ser firmada por el Papa y cuyo texto deja constancia del proceso.

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